Bienvenido al mundo, Roc

Una semana antes del parto

El viernes, 12 de abril de 2019, estando embarazada de 40+1 semanas, tuve el que sería el último control del embarazo.

Primero pasé por monitores durante 30 minutos y después por la consulta de la ginecóloga para pesarme, tomarme la tensión y hacerme la ecografía.

El control fue muy bien. Los monitores salieron bien, la tensión también y la ecografía perfecta. Esta vez no pesaron al peque, pero si que comprobaron que tuviese líquido amniótico suficiente y lo tenía.

Pese a que el control salió perfecto, la ginecóloga me propuso buscar fecha para inducir el parto. La verdad es que no me lo esperaba para nada. Tenía entendido que hasta la semana 42 te daban de margen para ponerte de parto de forma natural.

Le pregunté por qué y me dijo que ellos no recomendaban alargar la inducción más allá de la semana 41 porque eran embarazos que podían complicarse y me insistió en programar la inducción para el jueves siguiente, 18 de abril de 2019. Ante su recomendación firmé el consentimiento para la inducción y me fui un poco decepcionada a casa. No entendía la urgencia de inducir si todo estaba bien.

Cuando llegué a casa y le expliqué a mi marido lo que había pasado, él me preguntó si ese interés en inducir el jueves siguiente el parto no sería por ser Semana Santa. Le dije que no creía porque es seguridad social y a ellos, en principio, les da igual un día que otro. Pero si que me quedé con la mosca detrás de la oreja y tras comentarlo con otras mujeres que habían dado a luz allí en la semana 42 sin problemas y mujeres en mi misma situación dedujimos que lo que ocurría es que para la planificación del hospital es mejor inducir los partos pendientes y quitárselos de encima teniendo en cuenta que a partir de la semana 41 los controles son cada 24/48h y la planta de obstetricia estaría cerrada por vacaciones y todo tendría que hacerse en urgencias con lo que ello supone.

Así que, después de pensarlo mucho, decidimos que si llegaba el jueves y el peque no había decidido salir voluntariamente, pediríamos al hospital cancelar la inducción y programarla de nuevo para unos días después.

Para no perjudicar la planificación del hospital, el mismo lunes llamé al hospital para decirles que si los registros del peque salían bien el jueves, no induciríamos. Más que nada para avisarles y no perjudicarles, pero nos dijeron que eso teníamos que comentarlo el mismo jueves en el hospital.

Llegó el jueves 18 de abril de 2019 – 41 semanas de gestación

Finalmente, el peque no se animó a salir solo antes y tuvimos que ir al hospital para la inducción que mi marido y yo habíamos decidido cancelar y reprogramar para unos días después si el peque estaba bien y no había motivos razonables para inducirlo.

De hecho, estábamos tan convencidos de que no nos quedaríamos ingresados que nos fuimos al hospital sin las maletas.

Cuando la comadrona nos llamó para entrar en el box de urgencias, le explicamos nuestro cambio de planes. Le explicamos que si los registros del peque estaban bien, preferíamos esperar unos días más a ver si se animaba él solo a salir. Nos dijo que lo comentaría con la ginecóloga.

Nos pusieron en monitores durante más de media hora y los registros del peque salieron perfectos. Después de los monitores nos pasaron a un box con ecógrafo donde la ginecóloga nos dijo que si todo estaba bien, nos citaría para un nuevo control 48h después en urgencias.

¿Cuál fue nuestra sorpresa? Al hacernos la ecografía la doctora nos dijo que el peque tenía poco líquido amniótico. Estaba justillo. Nos enseñó el ecógrafo y nos explicó dónde debería haber líquido y no había. La cantidad de líquido amniótico estaba justo dentro de la normalidad. Nos dijo que debería tener un valor de entre 5 y 20 y él estaba en 5.

Nos dijo que nos pensásemos que queríamos hacer y que ella se marchaba y volvía en 5 minutos para que le dijéramos qué habíamos decidido. En un primer momento decidimos revocar el consentimiento de la inducción y esperarnos las 48h que nos daban de margen para el nuevo control, pero mi marido que me conoce bien y sabe que soy sufridora le preguntó a la doctora qué riesgo real había para el bebé para que yo me fuera tranquila a casa y no estuviese padeciendo. Ella dijo que nos podíamos ir a casa, pero que estuviéramos pendientes de notarlo moverse y de no perder líquido, que si el bebé no se movía no sé cuantas veces a la hora que volviésemos a urgencias… Fue decirme esto sobre el bebé y tener claro que íbamos a inducir ese mismo día porque de haberme ido a casa habría estado sufriendo las siguientes 48 horas.

Y aquí es cuando empieza nuestro parto.

El parto

Una vez decidimos inducir, me dieron una bolsa para guardar mi ropa y el típico camisón de bienvenida al hospital.

No negaré que lloré, me sentía muy triste. No quería un parto inducido, me daba mucho miedo el dolor de la inducción, acabar en cesárea o con un parto instrumentalizado. Tampoco me gustaba la idea del tiempo de más que pasaría en el hospital y lejos de los peques. Quizás, culpa mía, había idealizado un parto en el que me pusiera de parto de forma natural y pudiese pasar parte de las contracciones en la intimidad y privacidad de mi casa.

Ya con el camisón puesto, me pasaron de nuevo al box en el que había estado al principio, me pusieron la vía y de nuevo los monitores.

Mientras yo estaba en monitores y como tenía para un buen rato, mi marido se fue a casa para coger las maletas del hospital y para explicarles a los peques por qué ese día se quedarían con las yayas en casa y que los titos vendrían a casa para dormir con ellos. Era la primera vez que no dormiríamos con ellos y me daba muchísima pena.

A todo esto, la comadrona me había explicado cómo funcionaría la inducción, como ya hiciera la ginecóloga en el último control.

Primero, me pondrían pastillas vaginales para ablandar el cuello del útero y así provocar el parto. Me pondrían hasta un máximo de 4 pastillas. 1 pastilla cada 4 horas. Sí la cuarta pastilla no funcionaba y no me ponía de parto. Me dejarían dormir y a la mañana siguiente me pondrían oxitocina para sí o sí provocar el parto.

Después de estar en monitores unos 20 minutos más, vino la comadrona para hacerme el primer tacto y ponerme la primera pastilla vaginal. Me comentó que estaban sin camas libres y que tendría que comer en un paritorio a la espera de que me asignaran una habitación.

Antes de que me pasaran al paritorio donde me esperaba la comida, llegó mi marido. Fue gracioso porque comí en la sala de partos natural.

Después de comer ya tenía habitación asignada y vino el camillero a buscarnos, bueno a buscarme porque justo en ese momento había salido mi marido a comer algo.

Y nada, ahora solo tocaba esperar a que la pastilla hiciese efecto. Creo que es la primera vez desde que nacieron Arán y Ona que mi marido y yo nos aburrimos. Estábamos en la habitación expectantes a cualquier contracción o dolor que pudiese sentir, pero nada de nada.

Sobre las 6 de la tarde vino de nuevo el camillero para bajarme a urgencias de nuevo, ponerme los monitores un rato para controlar al peque, hacerme un tacto y ponerme la segunda pastilla.

Después de ponerme la segunda pastilla me subieron de nuevo a la habitación y ahí estuvimos otras cuatro horas esperando a que la cosa se animase, pero nada de nada. Empezaba a temer que las pastillas no hiciesen efecto y tuviesen que recurrir al día siguiente a la oxitocina.

Sobre las 10 de la noche vino de nuevo el camillero para hacer el mismo proceso; Bajarnos a urgencias, ponerme los monitores, hacerme un tacto y poner la tercera pastilla.

Justo cuando me pusieron los monitores empecé a notar alguna contracción. Tras estar un buen rato en monitores la comadrona me preguntó si podía hacerme un tacto, le dije que sí y resultó que tenía la mitad del cuello del útero borrado y estaba de unos dos centímetros dilatada. Buuuueeeennnooo parecía que la cosa empezaba a animarse.

Visto que la cosa parecía que empezaba a funcionar la comadrona decidió dejarme un rato más en monitores y, en función de cómo evolucionaran las contracciones, decidir si me ponían la tercera pastilla o no ya que «no quería pasarse de frenada».

Tras ver que las contracciones parecían evolucionar, la comadrona me propuso no ponerme la tercera pastilla, pero hacerme la maniobra de Hamilton si yo quería (accedí) y vernos un par de horas después para ver cómo iba el tema.

Una vez en la habitación las contracciones no solo no pararon, sino que empezaban a ser regulares cada 4-6 minutos. Al cabo de las dos horas (oo:30 horas) y para que nosotros no tuviésemos que bajar a urgencias de nuevo, la comadrona subió a nuestra habitación. Comprobó el latido del peque y me pidió hacerme un tacto.

Ya tenía el cuello del útero borrado y estaba de unos 3 cm dilatada.

Me propuso volvernos a ver en urgencias sobre las 3 de la mañana y me dijo que si tenía un paritorio libre directamente ya me quedaría en el paritorio. Le dije que perfecto y le pedí si me podían dejar mientras tanto una pelota de Pilates para ver si me ayudaba a aliviar los dolores.

Le dije a mi marido que intentase dormir un rato, que él no podía hacer nada en ese momento y que la noche se presentaba larga.

Mientras él intentaba descansar sin mucho éxito, yo descubrí que la manera de sobrellevar mejor las contracciones era andando por la habitación y aunque había dejado de controlar la regularidad de las contracciones me parecían muy seguidas y muy regulares.

Sobre las 2:30 de la mañana mi marido comprobó que las contracciones eran cada dos minutos como mucho y me dijo de avisar, a ver si nos podían bajar ya al paritorio.

Así lo hicimos y en menos de diez minutos vino el camillero para bajarnos al paritorio. Nos pidieron que cogiésemos el gorrito del peque, un pañal y mi DNI.

Una vez en el paritorio, se presentó la que sería la comadrona que nos atendería durante el parto. Soraya.

También se acercó la comadrona que nos había estado atendiendo desde las 22h, Elisabeth, para desearnos toda la suerte del mundo.

Soraya me preguntó si quería la epidural, le dije que sí, pero que si podía hacerme un tacto antes para ver de cuánto estaba dilatada. Tenía las contracciones tan seguidas que ilusa de mí pensé que quizás estaba ya muy dilatada y podía aguantar sin epidural. Pero nada más lejos de la realidad, estaba dilatada de 4cm.

Así que, visto que aún faltaba mucho para dar a luz y las contracciones eran muy seguidas y dolorosas pedí la epidural. Enseguida avisaron a la anestesista que llegó pasados unos minutos.

Que me colocasen la epidural no me dolió nada, primero me pusieron anestesia local y no me enteré de nada.

Una vez puesta la epidural, enseguida noté que se me empezaba a dormir la pierna izquierda y también descubrí que toda la parte derecha del cuerpo seguía despierta como si nada. Las contracciones empezaban a ser muy dolorosas y notaba todo el dolor concentrado en la parte derecha de la barriga. Avisé a la comadrona y después de comentarlo con la anestesista decidieron ponerme más anestesia pero esta vez tumbada del lado derecho para ver si así me llegaba la anestesia al lado que tenía despierto, pero no funcionaba. Pasaban los minutos y seguía notando todo el dolor en el lado derecho y empezaba a ser un dolor insoportable.

Vista la situación, vino la anestesista de nuevo y me dijo que estaba sufriendo lo que se llama una laguna, que es una zona en la que la epidural no llega a hacer efecto. Me propuso dos opciones. Primero probar a mover el catéter para ver si así la anestesia acababa de llegar a esa zona. Me dijo que esto solía funcionar. Si esta opción no funcionaba, la única opción que quedaba era quitar la epidural que tenía puesta y volver a pinchar. Que ella se atrevía a hacerlo porque tengo una espalda muy fácil de pinchar, pero que yo tenía que ser consciente de que podía volverme a pasar lo mismo.

Accedí desesperada ante el dolor que sentía.

La primera opción no funcionó, así que pedí que me volviesen a poner la epidural. Después de que me la pusiesen y nos quedásemos solos mi marido y yo en el paritorio rogaba a la nada que por favor funcionase. Estaba desesperada. El dolor era tan insoportable que tenía la sensación de que no soportaría la siguiente contracción. Que me iba a morir o, como mínimo, iba a perder el conocimiento del dolor.

Y no, la segunda opción tampoco funcionó. Seguí notando todo el dolor en el lado derecho de la barriga. Tal y como me dijo Soraya después, había tenido muy mala suerte porque no solo las inducciones duelen muchísimo, sino que además, al tener la laguna en toda la zona derecha del cuerpo, estaba sufriendo lo peor de la epidural que es no poder moverte y lo peor de los dolores que no solo es el dolor, sino la necesidad de moverte y no poder hacerlo porque tenía el lado izquierdo del cuerpo dormido.

Está claro que si llego a saberlo no pido la epidural. Los dolores habrían sido muy duros, pero habría podido moverme, ducharme con agua caliente… pero, sobre todo, moverme que era lo que el cuerpo me pedía y no podía hacer.

Me dolía tanto que no podía parar de llorar. Psicológicamente era muy duro notar que venía un dolor y que no podía moverme y a la vez tener la sensación de que iba a romperme por dentro.

Mi marido, pobre, lo estaba pasando fatal al verme sufrir tanto y yo para intentar relajarlo, intentaba sonreírle, de hecho creía que lo hacía, hasta que cuando acabó todo me confesó que lo único que hacía yo era mirarlo con la cara desencajada de dolor.

Desesperada por el dolor, le pregunté a Soraya cuánto quedaba para que el peque saliese y me contestó que ya estaba en completa, es decir, dilatada de 10 cm, pero que su intención era dejarme descansar antes de los pujos, pero visto el plan, le pedí empezar a empujar ya e intentar sacar al peque lo antes posible.

Descubrí que empujar con las contracciones me aliviaba el dolor. El problema era que el peque tenía que pasar la «zona de las espinas» y todavía estaba muy atrás, así que la cosa se alargaría.

Y así empezaron los pujos. Primero tumbada boca arriba, después de lado y luego, otra vez boca arriba, así un pujo tras otro y después de mucho rato el tema parecía no avanzar.

Estaba totalmente agotada, no podía más. Soraya me pedía que empujase hacía el culo, pero yo solo podía/sabía empujar hacía la zona que tenía despierta y por más que empujaba el peque no salía. Soraya me decía que era normal, que tenía que pasar la cabeza del peque por una zona complicada y que cuando parecía que salía, volvía hacía atrás un poco, pero que era normal. Para animarme me cogió la mano para que pudiese tocar la cabeza del peque y después me puso el espejo delante.

Así continuamos durante mucho tiempo y yo me sentía derrotada. Estaba tan agotada que entre pujo y pujo (entre contracción y contracción) se me cerraban los ojos, no podía mantenerlos abiertos. Entonces me preocupé pensando que cuando saliese el peque sería la primera madre del mundo en dormirme.

Llegó un momento en el que pensé que no podía seguir empujando y que me acabarían proponiendo hacer una cesárea porque yo ya no podía más. El último pujo que hacía siempre me parecía el último pujo que podría hacer, pensaba que el siguiente ya no podría y así uno, tras otro. Jamás en mi vida me he sentido tan agotada, tan derrotada.

Finalmente, la cabeza del peque empezó a asomar, pude verlo por el espejo que tenía delante y eso me animó a seguir adelante. Con cada contracción empujaba y la cabeza se iba abriendo camino. Eso sí, el peque no me lo quiso poner fácil y venía con la cabeza inclinada hacía un lado y un brazo detrás del cuello. Vamos que él estaba por facilitarme (léase con ironía) el expulsivo.

Una vez salió la cabeza, el cuerpo parecía salir solo y Soraya me animó a coger yo misma al peque y ponérmelo en el pecho. Le dije que no podría y me dijo que sí podía hacerlo, que no se me iba a escurrir y así lo hice. Indescriptible la sensación que tuve en ese momento.

Roc nació el 19 de abril de 2019 a las 7:15h, pesó 3.540gr. y midió 51cm.

Fue ponerme a Roc en el pecho y todo el infierno de dolores que acababa de pasar se desvanecieron por completo.

Fue muy emocionante. Fue un parto muy muy duro para mí, estuve más de dos horas empujando, pero increíblemente emotivo y natural. Poder ver salir al peque con el espejo y sacarlo y colocármelo yo en el pecho es algo que quería pedir durante el parto, pero que con tanto dolor no hice. Por eso siempre estaré muy agradecida a Soraya, por estar tan pendiente de mí, por sudar la gota gorda porque pudiese tener el mejor parto posible y por darme aquello que yo quería sin necesidad de pedírselo. Ahora sé que me habría arrepentido de no verlo por el espejo o no sacarlo yo (como era embarazo de riesgo no me dieron el plan de parto y mi intención era pedir de viva voz el espejo y sacar yo al bebé, pero no lo hice por culpa del dolor y aún así Soraya lo supo hacer posible).

La tercera y última cosa que si quería pedir durante el parto y sí pedí, es que cortase mi marido el cordón cuando dejase de latir. Y así lo hicieron.

Roc estuvo piel con piel conmigo desde el momento en que salió de mi interior y solo una vez en la habitación lo cogieron las enfermeras para pesarlo, medirlo… pero siempre en nuestra habitación.

Y esta es la historia de como me he convertido en madre por tercera vez y así es como he vivido el segundo día más importante de mi vida.

Bienvenido al mundo Roc. Te estábamos esperando.

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