Cuando tienes que decidir y eres madre sólo manda el corazón

¿Cómo es aquello de «donde manda capitán no manda marinero»? pues en temas de maternidad «donde manda corazón no manda cerebro» y doy buena cuenta de ello.

Hace un par de meses me surgió la posibilidad de dar clases en la universidad durante el primer trimestre del próximo curso que empezará el mes que viene. En principio dar clases en la universidad me iba a llevar dos tardes a la semana y solo durante 10 semanas lectivas, así que acepté enseguida. Para mí suponía currículum, una oportunidad laboral y un buen pellizquito económico extra.

De hecho, estaba muy ilusionada con la idea de dar clases. Me encanta y lo he hecho alguna vez, aunque no como profesora titular de la asignatura. La idea me motivaba mucho profesionalmente hablando y parecía que en casa a nivel de conciliación lo teníamos todo resuelto. Como los peques irán al nido de 9 a 3, la idea era que si mi marido por horario laboral no podía ir a buscarlos, cogeríamos a una persona que pudiera recogerlos en el nido, llevarlos a casa y estar con ellos hasta que llegase mi marido.

A mi me agobiaba la idea de no ver a los peques durante todo el día, dos días a la semana, pero había pensado cosas como llevarlos más tarde al nido esos dos días o incluso que comiesen conmigo en vez de allí.

El caso es que aquello que yo sabía que pasaría y es que tendríamos que buscar a alguien para cuidar de los peques mientras yo estuviese en la universidad, empezaba a ser una realidad y es que mi marido empieza en breve a trabajar y su horario es incompatible con recoger a los peques en el nido.

Y pasé de estar ilusionada por la oportunidad laboral que me estaban brindando, a muy agobiada pensando en cómo organizar y gestionar tantos cambios de golpe (los peques empiezan el nido, mi marido a trabajar y yo un trabajo extra en la universidad). Cambios que sabía que venían, pero de los que parece que no era consciente.

Pensaba los pros de dar clases en la universidad:

  • Currículum
  • Oportunidad laboral
  • Dinero extra que siempre viene bien

Y, después, los contras:

  • Muchos cambios de golpe para los niños y para mí (empieza mi marido a trabajar después de haberse dedicado a los peques prácticamente en exclusiva desde que nacieron, ellos empiezan el nido, yo iba a estar sin verlos dos días enteros de siete que tiene la semana y encima se quedarían con alguien diferente a su padre y a mí dos tardes a la semana, algo que no hemos hecho nunca). Evidentemente, los niños se adaptan a los cambios, pero me parecen demasiados cambios de golpe para ellos y, para qué engañarnos, para mí también.
  • Si a eso añadimos que Arán se pone malito a menudo. Por suerte no es nada grave ni mucho menos. Simplemente se le complican un poco los resfriados. Pero se le complican lo suficiente como para que el invierno pasado fuésemos unas 7 veces al hospital de urgencias, una de ellas en ambulancia, otra  casi lo ingresan y  otra de ingreso hospitalario de un par de días, sin contar que el resto de las visitas al hospital implican ventolín en casa cada ciertas horas y control de la fiebre. Como digo, nada grave ni mucho menos ¡quién quisiera llorar con nuestros ojos!, pero si que lo que le pasa es lo suficientemente incordio como para tener que estar pendientes de él y de su evolución. Así que, si Arán vuelve a pasar un invierno como el pasado es muy probable que muchas de las tardes que yo estuviese en la universidad, él se quedase malito en casa con alguien que no somos ni su padre ni yo por muy maravillos@ que sea esa persona.

Ahora, si se pone malito y tengo trabajo, al ser autónoma, puedo aplazar las reuniones o trabajar de noche, pero las clases en la universidad no puedo suspenderlas por fiebre y ventolín o una noche en urgencias en el hospital.

Así que, empecé a plantearme renunciar a las clases. Tanto me lo planteé que hubo una noche que no podía dormir pensando en ello. Porque, además si tenía que renunciar, tenía que hacerlo cuanto antes mejor para no fastidiar o para fastidiar lo menos posible a la universidad en la búsqueda de un nuevo profesor.

Al final, hablé con mi marido, le expliqué los pros y contras y cómo me sentía yo y tras hablar con él, envié  a la universidad mi renuncia a impartir la asignatura que me habían ofrecido.

Enviar la renuncia supuso para mí quitarme una losa enorme del pecho que me estaba empezando a asfixiar, aunque si que es verdad que todavía me siento un poco mal por haber renunciado. Pienso que era una oportunidad laboral que quizás no vuelve a presentarse. Pero también pienso que mis hijos crecen muy rápido, por eso paso todo el tiempo que puedo con ellos y quiero que siga siendo así. Mientras pueda quiero ser yo quien los achuche, mime y consuele cuando están malitos.

Vaya por delante que la renuncia que he hecho no es un sacrificio que hago por mis hijos ni mucho menos. Lo hago porque es lo que mi corazón quiere y me pide que haga y como ya sabéis, cuando los peques están por medio de una decisión «donde manda corazón no manda cerebro».

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